
La lectura de esta novela
me ha producido muchas sensaciones a nivel personal, pues me he encontrado con
referencias a lugares muy cercanos como: la calle Barquillo en Madrid, dónde
nació mi abuela materna; El viaje que Rose nunca podrá olvidar fue a Valencia,
mi ciudad, y nombra la Albufera, las alquerías, los naranjos, las barracas, el
calor... tan próximos para mi; El hospital de Benicàssim, que funcionó durante
la Guerra Civil Española, estaba en la zona de las villas y el hotel Voramar,
que son sitios que forman parte de mis veranos; Y la preciosa descripción de un
amanecer en el Mediterráneo, con la que me he sentido muy identificada, pues he
tenido la suerte de verlo muchas veces: “Y allí, a mi izquierda estaba el
Mediterráneo, gris y neutro al principio, un poco plateado después y al final,
cuando el sol se elevaba por el horizonte, descarnadamente azul. Sólo había
tres colores en este paisaje: el verde de los pinos, el pardo de al tierra y el
azul del mar, pero en esa sencillez está encerrada toda la gama del arco iris.
Era como si de ese mar y ese litoral fueran a nacer todas las cosas.”
También la casualidad
hizo que mientras leía este libro me hubiesen regalado una caja de macarons de
Ladurée (París), por lo que pude compartir las impresiones de Rose sobre “su
refinado sabor a clara de huevo y almendra molida”. Fue magnífico para endulzar
las tardes de lectura.
Y ya opinando sobre esta
historia, o más bien son dos historias que se entrelazan a la perfección,
utilizando el recurso de un libro dentro de otro libro. Me ha gustado el
tratamiento de los temas, el como refleja la época de la posguerra española, en
concreto de los años 50, y los sentimientos de los personajes. Poniéndonos en
antecedentes de su pasado y compartiendo su presente.
Lola era traductora de
francés, estudió en París, hija de médico, de familia acomodada. Antes de la
Guerra Civil era feliz, estaba llena de energía, de proyectos y de sueños.
Ahora tiene 38 años y su vida es diferente.
Matías tenía una
editorial, estaba bien posicionado en los años 30. Luego todo se vino abajo, se
derrumbó, casi pierde la vida, estuvo condenado a muerte. Por eso tal vez no le
importe haber perdido todo, se conforma con estar vivo.
Continúan juntos
sobreviviendo con una librería de viejo. Y se permiten el lujo de sentir que
todavía pueden hacer lo que les dé la gana en esos tiempos tan restrictivos y
opresivos, actuando con pequeñas decisiones como es poner un libro abierto en
el escaparate.
Y éste será el nexo de
unión con Alice, una misteriosa mujer de 51 años, de pelo blanco, extranjera,
que conserva como un tesoro sus lecturas y sus recuerdos.
Lola lee en voz alta a
Alice el libro del escaparate, “La chica de los cabellos de lino” de Rose
Tomlin, memorias de una hija secreta del Duque de Ashford. Empieza: “yo crecí
en un pequeño pueblo de Normandía, sin que nadie me dijera nunca que era hija
del duque de Ashford...”
Entre ellas se crea un
ambiente de complicidad y confianza. Se refugian en ese pequeño mundo de
libros. Siendo muy bonita la descripción que hace de las sensaciones que le
produce tener un libro en la mano antes de empezar a leerlo.
Y la narración nos
llevará por diferentes escenarios en Inglaterra, Francia y España. Combinando
dos espacios temporales. Con distintas ambientaciones: desde la lujosa vida de
una familia aristocrática inglesa, los felices años 20 y las fiestas parisinas,
pasando por la Guerra Civil Española y la mirada de las mil millas de los
combatientes, y llegando a los difíciles años 50 de la posguerra española.
Pero por encima de todos
los temas resalta el amor, por un lado el de Lola y Matías, venciendo
dificultades. Aunque aún es mayor el que representan Rose y Henry,
incondicional hasta lo infinito. Y ambos están superados por el amor a los
libros, el cual se muestra claramente en los personajes de Lola, Matías y
Alice, teniendo como complemento los guiños literarios, incluso insinuando la
figura de Ernest Hemingway. Haciendo también referencia a las bibliotecas
públicas móviles de Madrid de los años 50.
Por todo lo anterior me
ha gustado esta novela con cierto aire de nostalgia, de la que también destaco
algunos de sus personajes secundarios que están muy bien conseguidos, como
Amparo, auténtica vecina de aquellos años 50, o Frances, que representa el
estereotipo de mujer de los felices años 20 en París.
Algunas frases del libro:
“En fin. La vida es esto,
presente y pasado. Lo que conocemos. Afortunadamente, el futuro siempre se
conjuga en condicional.”
“El primer beso no se da
con la boca, sino con la mirada.”
“Ahora éramos dos
mujeres, una vieja y otra joven, unidas por un libro.”
“Guy de Maupassant decía
que nuestra memoria devuelve la vida a los que ya no la tienen.”
“Cuando te encuentres
sola, lee un libro... Eso te salvará.”
Contracubierta o parte de la misma:
“Añoro la vida cuando era
nuestra”, comenta Lola mientras trastea en la cocina de su casa. Esa vida, que
era tan suya y tan llena de ilusión, antes estaba hecha de libros y de charlas
de café, de siestas lánguidas y de proyectos para construir un país, España,
que aprendía paso a paso las reglas de la democracia.
Pero llegó un día de 1936
en que vivir se convirtió en puro resistir, y ahora, quince años después, de
todo aquello solo queda una pequeña tienda, una librería de viejo medio
escondida en un barrio de Madrid, donde Lola y su marido Matías acuden cada
mañana para vender novelitas románticas, clásicos olvidados y lápices de colores
a quien se acerque.
Es aquí, en ese lugar
modesto, donde una tarde de 1951 Lola conocerá a Alice, una mujer que ha
encontrado en los libros su razón de vivir. Siguiendo la mirada de Lola y
Alice, viéndolas sentadas detrás del pobre mostrador y leyendo juntas el mismo
libro, iremos lejos hasta Inglaterra, y atrás en el tiempo, hacia principios
del siglo XX, para conocer a una niña que creció preguntándose quiénes eran sus
padres.