Nada mas empezar esta lectura me encuentro con la siguiente pregunta: “¿Adónde va a parar, después de nuestra muerte, todo lo que realizamos?” Esta interrogación nos deja entrever cómo es el personaje de Claire, la protagonista de esta historia, y si leemos la primera frase de la contracubierta: “una joven parisina hipocondríaca”. Podemos deducir que no nos vamos a encontrar con un personaje psicológicamente sencillo.
Claire tiene muchas fobias, como al ruido y a las enfermedades. También manías y excentricidades, como ir a los museos porque allí se calma, se siente observada por los personajes de los cuadros, pasando del mundo visible a la alucinación. Todas sus sensaciones hacen que se sienta angustiada, desquiciada, con falta de confianza en si misma, siente temblor ante la vida. Lleva diez años yendo a una psicoanalista, Mónica, a la cual la vida de Claire le resulta incomprensible y está convencida de que nunca se curará de su miedo a curarse.
También acude a un osteópata, Christian Dietrich, con quien mantuvo una relación y les ha quedado una estrecha amistad.
Tanto Mónica como Christian intentan ayudarla, pero ella es una persona a quien le cuesta relacionarse y abrirse a los demás.
Desde la infancia ha tenido estas actitudes y sus padres siempre han ejercido mucha influencia sobre ella.
Trabaja de correctora de textos para una editorial, donde su editor, Legrand, la tiene muy bien considerada, tanto que en sus conversaciones le llega a hacer confidencias personales. Su trabajo le entusiasma, y lo realiza en casa, por lo que pasa mucho tiempo sola, y desde su ventana ve transcurrir la vida de sus vecinos, le interesa observar a la gente.
La primera frase del libro dice: “el patio del edificio recordaba un poco el de Hitchcok, pero Claire no era Grace Kelly.” Esta no es la única referencia cinematográfica y también las hay literarias.
Lleva cuatro años viviendo en ese edificio de un viejo barrio de París y conoce a casi todos sus vecinos:
El señor Lebovitz a quien considera un tipo especial que posee una intensa presencia intelectual.
Los señores Bluard, Louise y Antoine, un matrimonio ha punto de romper, con una hija pequeña, Lucie. Ésta cree que Claire es un espíritu libre que le cuenta historias muy divertidas sobre las personas del edificio.
La señora Courtois, una vieja dama elegante y etérea.
La portera chismosa.
Con todos tiene cierta relación, pero sobre todo con Ishida, un vecino japonés que lleva poco tiempo en el edificio, y con quien establece una incipiente amistad, comparten buenos momentos, conversando o sencillamente estando juntos en silencio, y aunque le parece desconcertante, se siente a gusto con él. Es una persona que deja huella en su vida.
Así transcurre el día a día en el mundo de Claire, hasta que llega un nuevo inquilino, un italiano, Paul Rosetti, y todo empezará a cambiar.
Para ser la primera novela de esta autora no está mal, pero no transmiten tanto los personajes como los de “Juntos, nada más” de Anna Gavalda (reseña aquí) ni tiene el contenido filosófico de "La elegancia del erizo" de Muriel Barbery (reseña aquí). Tres obras que tienen en común que transcurren en un edificio en París, la relación entre los vecinos y que sus autoras son francesas.
En “Los acuarios luminosos” me ha gustado el personaje del Sr. Lebovitz, porque con las pocas referencias sobre él he sido capaz de imaginarme su vida. Y la pequeña Lucie, quien claramente representa la naturalidad de los niños.
Con respecto al título de esta novela, casi al principio explica el por qué. Pero no lo voy a contar. Para saberlo hay que leer el libro.
Claire tiene muchas fobias, como al ruido y a las enfermedades. También manías y excentricidades, como ir a los museos porque allí se calma, se siente observada por los personajes de los cuadros, pasando del mundo visible a la alucinación. Todas sus sensaciones hacen que se sienta angustiada, desquiciada, con falta de confianza en si misma, siente temblor ante la vida. Lleva diez años yendo a una psicoanalista, Mónica, a la cual la vida de Claire le resulta incomprensible y está convencida de que nunca se curará de su miedo a curarse.
También acude a un osteópata, Christian Dietrich, con quien mantuvo una relación y les ha quedado una estrecha amistad.
Tanto Mónica como Christian intentan ayudarla, pero ella es una persona a quien le cuesta relacionarse y abrirse a los demás.
Desde la infancia ha tenido estas actitudes y sus padres siempre han ejercido mucha influencia sobre ella.
Trabaja de correctora de textos para una editorial, donde su editor, Legrand, la tiene muy bien considerada, tanto que en sus conversaciones le llega a hacer confidencias personales. Su trabajo le entusiasma, y lo realiza en casa, por lo que pasa mucho tiempo sola, y desde su ventana ve transcurrir la vida de sus vecinos, le interesa observar a la gente.
La primera frase del libro dice: “el patio del edificio recordaba un poco el de Hitchcok, pero Claire no era Grace Kelly.” Esta no es la única referencia cinematográfica y también las hay literarias.
Lleva cuatro años viviendo en ese edificio de un viejo barrio de París y conoce a casi todos sus vecinos:
El señor Lebovitz a quien considera un tipo especial que posee una intensa presencia intelectual.
Los señores Bluard, Louise y Antoine, un matrimonio ha punto de romper, con una hija pequeña, Lucie. Ésta cree que Claire es un espíritu libre que le cuenta historias muy divertidas sobre las personas del edificio.
La señora Courtois, una vieja dama elegante y etérea.
La portera chismosa.
Con todos tiene cierta relación, pero sobre todo con Ishida, un vecino japonés que lleva poco tiempo en el edificio, y con quien establece una incipiente amistad, comparten buenos momentos, conversando o sencillamente estando juntos en silencio, y aunque le parece desconcertante, se siente a gusto con él. Es una persona que deja huella en su vida.
Así transcurre el día a día en el mundo de Claire, hasta que llega un nuevo inquilino, un italiano, Paul Rosetti, y todo empezará a cambiar.
Para ser la primera novela de esta autora no está mal, pero no transmiten tanto los personajes como los de “Juntos, nada más” de Anna Gavalda (reseña aquí) ni tiene el contenido filosófico de "La elegancia del erizo" de Muriel Barbery (reseña aquí). Tres obras que tienen en común que transcurren en un edificio en París, la relación entre los vecinos y que sus autoras son francesas.
En “Los acuarios luminosos” me ha gustado el personaje del Sr. Lebovitz, porque con las pocas referencias sobre él he sido capaz de imaginarme su vida. Y la pequeña Lucie, quien claramente representa la naturalidad de los niños.
Con respecto al título de esta novela, casi al principio explica el por qué. Pero no lo voy a contar. Para saberlo hay que leer el libro.
Algunas frases del libro:
“La increíble distancia que separa a dos seres humanos cualquiera que sea su grado de intimidad.”
“La increíble distancia que separa a dos seres humanos cualquiera que sea su grado de intimidad.”
“Desde la infancia tenía la costumbre de sentir, como ella decía, la vida de la gente simplemente plantándose a su lado y dejándose llevar por su existencia.”
“Era impensable interrogar a los demás, pero observarlos constituía un pozo sin fondo.”
“Claire cogió dos libros de una estantería, uno en cada mano. Hay tanta diferencia entre este y este otro como entre usted y yo. Con los libros, un día estás en Praga en 1912 con jóvenes intelectuales judíos, al siguiente en Tokio en 1823 charlando con geishas en una casa de té, en París en 1930 en los barrios residenciales o en Nueva York en 1896 en la cabeza de un joven plebeyo ambicioso... ¿Qué ser humano podría proponerme semejantes viajes, qué vida me permitiría conocer a tanta gente?”
“La diplomacia y la delicadeza de algunos niños representaban para Claire la nobleza en estado puro. Antes morir que herir. Ella no había tenido aquella grandeza de alma y volvía a verse como diligente delatora revelando a quien quisiera escucharla los pequeños defectos de sus padres o de su hermana. Había necesitado la adolescencia y la literatura para descubrir la voluptuosidad del secreto y la elegancia del silencio.”
“En los parques parisinos, los sentidos de Claire se aguzaban. En momentos así recordaba que echaba de menos la naturaleza de su infancia: la humedad del amanecer, el intenso olor de la niebla, el rocío de la mañana que desvelaba las telarañas entre las zarzas, las moscas que catalogaban el verano, la libertad en el campo, sobre su bicicleta, que conducía sin sujetar el manillar, haciendo equilibrio con las rodillas. No sentía nostalgia de nadie, solo de los decorados que tanto le habría gustado recuperar.”
Contracubierta o parte de la misma:
Una joven parisina hipocondríaca, una portera chismosa, un apuesto japonés amante del silencio, una niña de gran sensibilidad, un nuevo vecino misterioso...Corazones solitarios que se acercan unos a otros a través de la indiscreción de unos ventanales. Maniáticos, excéntricos y entrañables. Los vecinos de un inmueble de París se convierten en los protagonistas de un relato sutil y evocador acerca del individualismo en las ciudades y la sempiterna necesidad de amar.
Traducción de Rosa Alapont Calderaro
Una joven parisina hipocondríaca, una portera chismosa, un apuesto japonés amante del silencio, una niña de gran sensibilidad, un nuevo vecino misterioso...Corazones solitarios que se acercan unos a otros a través de la indiscreción de unos ventanales. Maniáticos, excéntricos y entrañables. Los vecinos de un inmueble de París se convierten en los protagonistas de un relato sutil y evocador acerca del individualismo en las ciudades y la sempiterna necesidad de amar.
Traducción de Rosa Alapont Calderaro