El lector del tren es
Gribrando Viñol, es ese tipo extraño (la imagen de la cubierta expresa mucho)
que lee en voz alta hojas sueltas, fragmentos de libros sin relación, en el
trayecto del tren de las 6,27 de la mañana. Vive sólo con su pez rojo. Ama los
libros aunque su trabajo sea destruirlos. Precisamente esa máquina, la Cosa,
corrompe sus días. También huye de los malos recuerdos, de los tipos que se
reían de él en el colegio, de las preguntas de su madre, de una tumba en la que
nunca había creído. Se refugia en esos momentos de lectura en voz alta. Y
cuando encuentra un pendrive en el tren, su vida empieza a cambiar.
Y sobre este personaje se
desarrolla la historia, pero hay otros que también podrían ser protagonistas,
porque las vivencias de Giuseppe, de Julie, de Yvon Grimbert, de las hermanas
Delacôte, son suficientemente interesantes como para desarrollarlas en otras
novelas. Incluso la máquina destructora de libros, la Cosa, podría ser un
perfecto personaje de un relato de terror.
Precisamente voy a
empezar a hablar de ese monstruo, pues la descripción tan detallada que hay en
un par de páginas del principio es impresionante e impactante, pone la piel de
gallina. Consigue transmitir repulsión y asco hacia una máquina que da la
sensación que tiene vida propia. En esas líneas hay una palabra que la define
perfectamente “genocida”. No hace falta decir más.
Como complemento a La
Cosa hay un par de personajes que resultan igual de espeluznantes. Kowalski, el
jefe del STRN, Sociedad de Tratamiento y Reciclaje Natural, lugar donde cada
día se realiza la conversión en pasta de papel del contenido (que son libros)
de camiones de 38 toneladas. Y Brunner, trabajador con grandes aspiraciones.
Ambos son descritos como personas despiadadas, sin escrúpulos, que disfrutan
con su trabajo. Sus descripciones transmiten repulsión.
El contrapunto a estos
seres desagradables, lo ponen personajes corrientes, solitarios, aparentemente
con vidas anodinas, que pasan desapercibidos en su ciudad, París, pero que
esconden en su interior grandes historias que llaman la atención por lo
extraordinarias. Como:
Yvon Grimbert, es el
guardia de la empresa de reciclaje, pero también es versificador, sólo habla en
versos alejandrinos, dejando atónitos a quienes le rodean.
Giuseppe, es un antiguo
trabajador que tuvo un terrible accidente con la Cosa, en el que perdió las dos
piernas, la historia de su búsqueda es tremenda. Tiene una relación especial con
Gribrando, a quien le da consejos.
Las hermanas Delacôte, y
el resto de ancianos de una residencia, vuelven a sentirse vivos por la curiosa
petición que ellas le hacen a Gribrando.
Y Julie, es la mujer
“invisible” que trabaja en unos lavabos públicos de un centro comercial, que
escribe un diario que le ayuda a sentirse viva. Un relato que no deja indiferente y que podría ser en sí
mismo otra novela.
Ha sido un libro que me
ha ido sorprendiendo según avanzaba la lectura, con pequeños momentos
inolvidables como: los pensamientos de Gribrando cuando se fue su padre; la
sorpresa ante un texto que lee a los ancianos; los peces rojos de su vida; la
historia de las piernas de Giuseppe me ha emocionado especialmente (ahora estoy
algo sensible con ese tema); y, por supuesto, los textos de Julie, pues algunas de sus minuciosas descripciones no tienen desperdicio.
Tal vez queda corto, ya que tiene personajes y temas en los que podía haber profundizado más.
Pero todo acaba encajando, dejando un buen sabor, porque esas vidas que
parecían insustanciales han ido encontrando lo que buscaban, sentirse vivas.
Algunas frases del libro:
“Contar
era el mejor medio que había hallado para no pensar en nada más. Lo contaba
todo,
cualquier cosa.”
“Él
era el lector, el que traía las hermosas palabras.”
Contracubierta o parte de la misma:
Guibrando Viñol no es ni
guapo ni feo, ni gordo ni flaco. Su trabajo consiste en destruir lo que más
ama: es el encargado de supervisar la Cosa, la abominable máquina que tritura
los libros que ya nadie quiere leer. Al final de la jornada, Guibrando saca de
las entrañas del monstruo las pocas páginas que han sobrevivido a la
carnicería. Cada mañana, en el tren de las 6.27, se dedica a leerlas en voz
alta para deleite de los pasajeros habituales. Un día descubre por casualidad
una pieza de literatura atípica que le cambiará la vida.
Traducción del francés
por Adolfo García Ortega