La
narración es en primera persona, por Pietro ya adulto, y empieza
contando el amor especial de sus padres hacia las montañas, en
concreto los Dolomitas, y que aunque por circunstancias emigraron a
Milán, siempre los tuvieron en sus corazones. Describe la
transformación de carácter de sus padres de la ciudad a la montaña,
como pasaba de agrio a alegría. Y su continua nostalgia del Véneto
campesino.
Ya
con 6 o 7 años Pietro empezó a compartir la pasión por la montaña
con ellos. Entonces su madre encontró una casita en Grana, una
pequeña población en los Alpes italianos, que en 1984 tenía 14
habitantes, y allí hizo amistad con Bruno, un niño de su misma edad
que verano tras verano le descubrió la naturaleza, la vida rural, la
supervivencia y su relación especial con la montaña.
Es
bonito cuando Pietro cuenta que el olor de las chimeneas, de la
tierra húmeda, del heno, de establo, de la leche cuajada, para él
es el olor de la montaña.
Con
su madre tiene una buena relación, es una mujer que por su trabajo
se implica mucho con los demás, y creo que su forma de actuar y de
querer ayudar a otros es algo que transmite muy bien a su hijo.
Mientras,
su padre utiliza la montaña como conexión y comunicación con su
hijo. Tiene su propia filosofía sobre la huida de lo que te
atormenta abajo y por eso se sube la montaña. Y un sueño sería no
bajar nunca, quedarse en ese paraíso. También le enseñó el culto
del esfuerzo, conquistar cumbres, pues tiene su forma personal de
llegar a las cimas. Pero cuando Pietro va creciendo y se junta con
gente joven aprende la escalada libre, que realizan por el hecho de
experimentar y el placer de estar juntos. Su mundo se abre y busca
nuevas sensaciones.
Es
una historia que reconforta. Habla de la necesidad de encontrarse a
sí mismo, lo que provoca un alejamiento de tu mundo y por tanto de
las personas que tienes cercanas. Del tiempo perdido y que después
es difícil recuperar. De la dureza de vivir en las montañas. De la
soledad. Del amor. De la amistad que se pierde cuando los caminos se
separan. De las etapas en la relación padres-hijos desde la
infancia, la adolescencia, la juventud y el paso a la edad adulta, y
como esa relación es como un vaivén que te acerca, te aleja, y te
sorprende con el regreso a tus orígenes y la reconciliación.
Sobre
la parte más técnica del senderismo y de la escalada, que algo hay
descrito en el libro, me ha descubierto los “comprobantes de
cumbre”, que son testimonios o mensajes escritos en un libro
registro que se encuentra en la cima, resguardado en lo que llaman
“buzones montañeros”. Me ha parecido una cuestión muy curiosa,
que además en este relato tiene una parte muy emotiva.
Y
es que la transmisión de sentimientos forma parte del lenguaje
utilizado por el autor, de quien también parece que ha dejado algo
de su alma entre las páginas de “Las ocho montañas”.
Algunas frases del libro:
“Cuando
se lo pregunté a mi padre, me respondió a su manera enigmática:
siempre parecía que no podía darme la solución sino apenas un
indicio, y que yo tenía que llegar a la verdad necesariamente solo.”
“La belleza de aquel lugar. Una belleza oscura, áspera, que no infundía paz sino más bien fuerza y un poco de angustia. La belleza de los opuestos.”
“Me parecía que me había perdido las cosas más importantes mientras estaba atareado en otras que ni siquiera recordaba.”
“Uno encuentra su lugar en el mundo de la forma más imprevisible de lo que puede imaginarse.”
Contracubierta o parte de la misma:
Pietro
es un chico de ciudad, solitario y un poco hosco, que veranea en los
Alpes italianos. Bruno es hijo de un albañil de la zona, alguien que
solo conoce los montes y que pastorea las vacas de su tío. Tienen
apenas once años y un mundo entero les separa. Pero, verano tras
verano, forjan una profunda amistad mientras Bruno inicia a Pietro en
los secretos de la montaña. Juntos exploran y descubren casas
abandonadas, glaciares y escarpados senderos hasta que, con los años,
sus caminos toman rumbos distintos.
Esa
misma naturaleza salvaje es la pasión que mueve al padre de Pietro,
un hombre envuelto en la melancolía de una Milán gris que solo
puede abandonar durante los veranos. La montaña se convierte
entonces en el mejor lenguaje para comunicarse con su hijo, un legado
que solo el tiempo conseguirá poner en valor.
Traducción
de César Palma
Fotografía
de la cubierta: Nicola Magrin
Hace tiempo que lo tengo apuntado por ser un libro con esa sensibilidad y humanidad para hablar de sentimientos y vida.
ResponderEliminarAbrazo
Hola Blanca, vuelvo al ruedo después de años de ausencia pero tu blog siempre me ha gustado mucho. Esta obra me parece que tiene una gran riqueza en su mensaje. Seguramente cada lector lo relacionará con sus vivencias pero por lo que dices se me hace un libro muy emocional. Me quedo con la última frase que citaste (me encantó) y te invito, si te apetece, a que te pases por mi blog. Saludos desde Argentina.
ResponderEliminarNo lo conocía y no me importaría leerla
ResponderEliminarNo me sonaba de nada, pero me llama mucho por lo que cuentas. Creo que me gustaría.
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