Domina muy bien el sabio equilibrio entre humor y dolor, y hace reír y reflexionar a partes iguales. Hornby hace una combinación con estos elementos suavizando la lectura.
Según avanza la historia vemos como Will va evolucionando, y creciendo, porque su forma de vida se quedó en la adolescencia. Primero es neutral porque no conocía a esas personas, no le importaban. Aunque empieza a experimentar un afecto especial por Marcus.
Algunas frases del libro:
“Tenía su vida entera programada de manera que no le afectasen los problemas de nadie, y ahora los problemas de todos eran también los suyos, y no tenía la menor solución para ninguno”.
Luego esa neutralidad desaparece. Y todo el cambio es gracias a Marcus, un adolescente que es más maduro que él. Mutuamente se ayudan.
“Pensó que había que otorgarle a Marcus todo el mérito: el chico era torpe y raro, pero poseía la curiosa capacidad de crear puentes entre las personas, y eso era algo que muy pocos adultos estaban en condiciones de hacer”.
Acaba entendiendo el sentido de la vida “y al final me di cuenta de que siempre habría algo, y de que esas pequeñas razones serían suficientes”.
Contracubierta o parte de la misma:
Will tiene treinta y seis años y no necesita trabajar porque su padre compuso una cursi canción navideña, de esas que cada año suenan y suenan, y dan miles de libras en derechos a los descendientes del autor. Y como además es guapo y muy enrollado, lleva una vida estupenda. Porque nuestro héroe es un soltero recalcitrante, que jamás le ha visto ninguna gracia al milagro de la procreación. No al acto, que le encanta, sino a los resultados. Hasta que un día conoce a Angie en su tienda de discos favorita. Y entonces Will, que jamás ha querido nada serio, se da cuenta de que las mujeres solas con hijos son una inagotable cantera de polvos estupendos y rollos con fecha de caducidad. Se inventa un hijo propio, y comienza a frecuentar una asociación de padres –y madres, sobre todo madres– separados. Pero como la vida nos da sorpresas, Will seducirá a las madres, pero también se hará amigo de uno de los hijos, el rarito y desamparado Marcus, que a los doce años parece mucho más viejo que el treintañero Will.
Traducción de Miguel Martínez-Lage
Según avanza la historia vemos como Will va evolucionando, y creciendo, porque su forma de vida se quedó en la adolescencia. Primero es neutral porque no conocía a esas personas, no le importaban. Aunque empieza a experimentar un afecto especial por Marcus.
Algunas frases del libro:
“Tenía su vida entera programada de manera que no le afectasen los problemas de nadie, y ahora los problemas de todos eran también los suyos, y no tenía la menor solución para ninguno”.
Luego esa neutralidad desaparece. Y todo el cambio es gracias a Marcus, un adolescente que es más maduro que él. Mutuamente se ayudan.
“Pensó que había que otorgarle a Marcus todo el mérito: el chico era torpe y raro, pero poseía la curiosa capacidad de crear puentes entre las personas, y eso era algo que muy pocos adultos estaban en condiciones de hacer”.
Acaba entendiendo el sentido de la vida “y al final me di cuenta de que siempre habría algo, y de que esas pequeñas razones serían suficientes”.
Contracubierta o parte de la misma:
Will tiene treinta y seis años y no necesita trabajar porque su padre compuso una cursi canción navideña, de esas que cada año suenan y suenan, y dan miles de libras en derechos a los descendientes del autor. Y como además es guapo y muy enrollado, lleva una vida estupenda. Porque nuestro héroe es un soltero recalcitrante, que jamás le ha visto ninguna gracia al milagro de la procreación. No al acto, que le encanta, sino a los resultados. Hasta que un día conoce a Angie en su tienda de discos favorita. Y entonces Will, que jamás ha querido nada serio, se da cuenta de que las mujeres solas con hijos son una inagotable cantera de polvos estupendos y rollos con fecha de caducidad. Se inventa un hijo propio, y comienza a frecuentar una asociación de padres –y madres, sobre todo madres– separados. Pero como la vida nos da sorpresas, Will seducirá a las madres, pero también se hará amigo de uno de los hijos, el rarito y desamparado Marcus, que a los doce años parece mucho más viejo que el treintañero Will.
Traducción de Miguel Martínez-Lage
La película también es genial, un raro caso de adaptación cinematográfica que en muchos puntos sigue al pie de la letra la novela. Me encanto.
ResponderEliminarBesadetes
Hola Blanca!
ResponderEliminarAcabo de descubrir tu blog, gracias a una entrada que has dejado en el mío. Me gusta mucho porque coincidimos en bastantes lecturas, así que te agrego a mi columna de favoritos.
Esta novela también me gustó mucho. Aquí puedes ver mi comentario.
Un saludo.