
Finales de los años 40, posguerra española, tiempos duros y difíciles, complicados, contados desde la perspectiva de unos adolescentes que empiezan a descubrir la vida.
Labordeta nos narra estas vivencias, tal vez sus propias vivencias, en su propia ciudad, Zaragoza, hace un recorrido por sus calles, sus plazas, los lugares que transitaba en aquellos primeros años del franquismo. Y lo hace contándonos doce pequeñas historias entrelazadas entre sí. Narradas con un lenguaje casi poético, “cuando la noche arrecia, cuando el frío se hace insoportable y las luces apenas iluminan el rostro del compañero de al lado, Sanz inicia: desesperadamente busco y busco un algo capaz de comprender esta agonía.”
Según iba leyendo recordaba su “Canto a la libertad” y sus acordes me han hecho de banda sonora de este libro.
Me ha parecido un libro entrañable por los pequeños detalles, como todas las dedicatorias, la primera a Juana, su mujer, después un poema de su hermano Miguel
“Dónde encontraremos todo aquello que éramos,
en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la vida,
era tan sólo una dulce campana enamorada.”
Y cada uno de los capítulos o cuentos dedicado a alguien muy cercano a él.
Algunas frases del libro:
“Y mientras la piedra sigue agrietando el silencio, el hombre se dispone a contar pasajes de la guerra, de la derrota, del exilio, de los años en el maquis contra los nazis y contra los franquistas y, al final, repite siempre: vivir una vez para tanta muerte, es demasiado.”
“Son, como siempre decía Palacios en sus paseos por la orilla del río, tiempos duros para ser contados.”
“Huérfano de veranos quise huir, escribiendo esto de las memorias agrestes de aquellos años grises, represivos y adocenados.”
Contracubierta o parte de la misma:
Primeros años del franquismo. Sanz, Perdiguera y Palacios, los adolescentes protagonistas de estos Cuentos de san Cayetano, aprenden la vida desde las aulas del Central, colegio seglar y liberal, que tiene algo de refugio. Aprenden entre el perfume barato de la putas y el aroma a verduras que sube desde el Mercado, entre personajes exiliados en su propia ciudad, intentando abrigarse a la vez del cierzo y de los gélidos recuerdos de la guerra civil, en medio de un mundo implacable que parece inamovible.Según iba leyendo recordaba su “Canto a la libertad” y sus acordes me han hecho de banda sonora de este libro.
Me ha parecido un libro entrañable por los pequeños detalles, como todas las dedicatorias, la primera a Juana, su mujer, después un poema de su hermano Miguel
“Dónde encontraremos todo aquello que éramos,
en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la vida,
era tan sólo una dulce campana enamorada.”
Y cada uno de los capítulos o cuentos dedicado a alguien muy cercano a él.
Algunas frases del libro:
“Y mientras la piedra sigue agrietando el silencio, el hombre se dispone a contar pasajes de la guerra, de la derrota, del exilio, de los años en el maquis contra los nazis y contra los franquistas y, al final, repite siempre: vivir una vez para tanta muerte, es demasiado.”
“Son, como siempre decía Palacios en sus paseos por la orilla del río, tiempos duros para ser contados.”
“Huérfano de veranos quise huir, escribiendo esto de las memorias agrestes de aquellos años grises, represivos y adocenados.”
Contracubierta o parte de la misma:
Pero frente a los que quieren imponer el fervor por la muerte y obligan a sus niños a besar la mano del cadáver del obispo, José Antonio Labordeta nos explica, con humor y ternura, cómo unos pocos muchachos son capaces de hacer resonar, contra las paredes de ese calabozo en que se había convertido este país, los poemas de todos los poetas prohibidos. En definitiva, el poder de la vida, la esperanza, el sexo y la amistad.
Una mirada cercana a la de las películas de Berlanga y Azcona. Una hermosa lección de humanidad.
Fotografía de la cubierta: Archivo Heraldo de Aragón